jueves, 24 de enero de 2008

APRENDER A CONFIAR


Había llovido y Letrada no entendía cómo el riachuelo estaba más profundo. La corriente había horadado el cauce y a sus ojos aquello era distinto. Su instinto le hacia desconfiar y por consiguiente rehusaba introducirse en el, con su particular genio. Inamovible. Cerril. Y ante mis presiones que significaban las ayudas de las espuelas y de las riendas del Serretón, poniéndose ligeramente de manos. Le cambié los terrenos en diferentes ocasiones, pero su pulso fue aún más constante. Cazán, mi perro nevado, tomaba el agua y se chapuzoneaba sin miramientos y Letrada aún viéndolo, persistía en su cabezonería. Casi en círculos, obligados por el manejo de la rienda derecha al serretón, se resbaló por la arena de la rivera hasta pisó con los posteriores el agua. Aún así se resistía, pero la partida ya estaba ganada. Anduvimos unos metros río arriba y río abajo y volvimos a salir por la orilla y el lugar donde había resbalado. Había vencido el miedo. Ahora tendríamos que comprobar si lo había disipado. En el siguiente paseo. Unos días después, volvimos al cauce, de vuelta a la cuadra. Antes la cosa ocurrió de vuelta a la cuadra. Recordó el lugar. Lo supe por una contracción de su lomo y por la posición de las orejas, pero con una simple ayuda de las espuelas y la voz entró en el río, más confiada. Eso es lo que debe ser. Que la potra confíe en mi.