miércoles, 20 de agosto de 2025

El segundo galope de Víctor Espinoza


 DE EXCELSIOR.COM MÉXICO

El jockey mexicano sostiene que la hípica en California está en extinción y por ello decidió desplazarse a Nueva York

En Saratoga, las mañanas suelen oler a pasto húmedo y café fuerte. Entre el vapor que sale de las cuadras y el golpe seco de herraduras contra el suelo, un jinete de 53 años ajusta su montura. Lleva tres décadas sobre caballos, ha ganado más de 3,500 carreras, conquistado el Kentucky Derby en tres ocasiones, la Preakness Stakes otras tantas y, sobre todo, logró lo que nadie había hecho en 37 años: en 2015 llevó a American Pharoah a la Triple Corona de la hípica estadunidense. Ese hombre es el mexicano Víctor Espinoza, miembro del Salón de la Fama, que ahora busca un nuevo renacer lejos de California, su casa durante tres décadas, en la costa este y el corazón ecuestre de Estados Unidos.
El cambio de costa no fue un capricho, sino la consecuencia de una realidad que asfixia a la hípica californiana: menos caballos de élite, premios cada vez más bajos y un clima social que se ha vuelto hostil para la mano de obra inmigrante.
La mudanza ha sido más que un cambio de código postal. Espinoza dejó atrás Santa Anita, el hipódromo que fue su hogar, para perseguir bolsas millonarias en Kentucky y Nueva York. Ahí donde los premios siguen siendo grandes y la competencia, feroz. No es fácil reconstruir redes de entrenadores y propietarios después de tanto tiempo.

Su carrera ha sido una historia de ascensos y descensos pronunciados. Nacido en Tulancingo, Hidalgo, undécimo de doce hermanos, aprendió a montar caballos de rancho antes de soñar con pistas iluminadas. A los 17 años, en Ciudad de México, conducía un autobús para pagar su formación como jockey. En 1990 emigró a Estados Unidos sin hablar inglés; en 1992 ya era aprendiz destacado en California. Desde entonces, su nombre quedó grabado en el palmarés de los grandes hipódromos: War Emblem (2002), California Chrome (2014) y el inolvidable American Pharoah (2015) lo llevaron a la cima. Su Triple Corona, con la Breeders’ Cup Classic incluida, fue un Grand Slam que lo inmortalizó.

Pero la gloria no lo blindó contra el infortunio. El 22 de julio de 2018, durante un entrenamiento en Del Mar, el caballo Bobby Abu Dhabi colapsó por un paro cardiaco y Espinoza salió disparado. La caída le fracturó la vértebra C3, dañó su pelvis y le dejó un entumecimiento persistente en el brazo izquierdo.

Fue más difícil el accidente que cuando empecé a montar. Cuando regresas, muchos dueños y entrenadores ya no quieren arriesgarse a montarte… todavía, después de ocho años, me preguntan cómo estoy”, recuerda. La rehabilitación fue lenta, dolorosa, y por un momento el temor de no volver a caminar lo eclipsó todo. “Yo no pensaba en si iba a montar otra vez… lo único que quería era recuperarme”.

En enero de 2020 volvió a las pistas. El cuerpo respondió, pero el negocio no siempre lo hizo. La memoria de la caída persiste en la mente de quienes deciden a qué jinete le confían un caballo de millones de dólares. Por eso el cambio de costa no es sólo geográfico: es un intento de reescribir su historia en circuitos donde el prestigio y las bolsas aún permiten soñar en grande. Ya ha ganado un par de carreras importantes en Canadá y Kentucky. No se trata de coleccionar triunfos menores, sino de estar cerca de ese potro que pueda devolverlo a una portada mundial.

Siempre hay esperanza de encontrar al siguiente American Pharoah”.

En sus viajes recientes a México, después del accidente, encontró un país distinto al que dejó.

Antes sólo había ricos y pobres; ahora hay mucha clase media… está increíble. Ojalá siga así”, comenta. Pero su base de operaciones está, por ahora, donde corren los caballos que pueden cambiar la temporada de un jockey. Saratoga en verano, Keeneland en otoño, Churchill Downs en primavera: el triángulo de oro de la hípica estadounidense.

Víctor Espinoza no corre contra el tiempo, sino con él. Sabe que la edad es una estadística que los propietarios miran de reojo, pero también sabe que ningún dato borra la pericia para leer una carrera en fracciones de segundo. Su renacer no es un capricho de gran figura que se resiste a colgar las botas; es la continuación lógica de una vida que, desde Tulancingo hasta Nueva York, ha sido un galope ininterrumpido. Ahora, en las frescas mañanas de Saratoga, vuelve a ajustar sus arreos  y a mirar hacia la recta final.


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