miércoles, 19 de marzo de 2008

LA TARDE METIDA EN AGUA

Dormita Cazán en su choza. La tarde plúmbea cae sobre el río que suena impasible en la bajada buscando el Río Real. Los pollos se acurrucan pluma contra pluma graznando un irreconocible idioma cansino. Las yeguas exhalan con fuerza el viento de su vientre, resignadas al color de la tarde. De pronto un chorro de aire caliente surca del oeste la blanca espesura y de pronto otro de aire fresco atiza las lonas que cobijan la paja.
Los animales barruntan el agua. Luna y Letrada, aunque están bajo techo, vuelven la grupa, como si a la intemperie estuvieran, hacia el temporal.
Llueve suave, finos los hilos de miel que la tierra recoge y que las pimenteras agradecen. Paco, que se llevó el estiércol, está contento. La hortaliza recogerá esta aguada que viene ni que pintada al campo.
Mañana será día de engrasar. De coser. De reparar los atalajes y de ordenar el guadarnés.
El campo que Dios nos ha dado tiene estos días para descansar. El resto es turbulencia y precipitación. Ahora contemplemos el agua que del cielo cae, fumemos, hasta quemarnos los labios y dormitemos, dormitemos la somnolencia que el cielo nos ilustra.