miércoles, 16 de julio de 2008

LUNA ABORTA

Ha llegado con furia el verano. La canícula montaraz acaba con la poca verde vida que vestía los campos. Del ocre al amarillo van dos pasos que el sol manda arder. Sestear en los páramos. Respirar el ardiente aliento del viento. Taparse con la penumbra sombra. Beber un sorbo de agua que alivie la garganta. Cerrar los ojos para que las impenitentes moscas no se los coman. Arder, sufrir, cambiar, reposar... y no poder tragar la inhiesta hierba que manzana envenenada parece.
No sé porqué, no encuentro más razón que queriendo lo mejor, le haya sobrevenido lo peor, una trampa para el feto. O la canícula, o mi error... quizás no estaría de Dios. Luna abortó. Es dura la canícula y tristeza para el corazón.
Había pensado que estaría mejor en el campo. Creí que no le vendría mal reencontrarse con sus orígenes, pero se ve que no había tenido en cuenta el sol de julio. La noté hace una semana distante. No subía a beber el agua fresca que todos los día le servía. Y lo más sorprendente, no subía a comer el pienso que de vez en cuando le ponía para que mantuviera sus nutrientes. Nunca pensé que el sol comiera tanto. Por casualidad casi a la oscurecida y cuando iba de retirada me la encontré bebiendo el agua. Había perdido tremendos kilos. Tenía las ubres grandes y la perlita de leche en ellas, había comido la mitad de su pienso, y casi sin querer cuentas conmigo, se fue. Cuando acudió el veterinario ya no había nada dentro de Luna. Se había perdido la vida... busqué con furibunda ansiedad la prueba... la encontré bajo un frondoso algarrobo hacedor de sombra entre tanto sol, allí, mustio el feto y en su mitad devorado, junto a unas sospechosas y oscuras heces. ¡La vida ha muerto! ¡Viva la vida!