lunes, 22 de diciembre de 2008

LA TORMENTA


Pintaba agua el día, de manera que me preparé con el impermeable que puse en la montura y alguna ropa de abrigo. Letrada notó extrañada que ponía cosas no habituales en su grupa. Las orejas me dicen que no entiende aquello y yo le digo que no le hará daño. La acaricio. Cada día acepta más ese lenguaje. ¡Hasta incluso cuando nos encontramos con sus enemigas las motos! Le está costando acostumbrarse a ellas, pero poco a poco entenderá que ni el ruido ni los colorines de las ropas de los motoristas le harán daño. ¡Eso espero!
Es habitual emprender el camino por el corredor de Acosol. Aunque se gana tiempo subir a Ojén supone atravesar el pueblo y bajar una muy pronunciada cuesta asfaltada que la mayoría de las veces no me apetece hacer. Prefiero directamente el campo y aunque el día está gris el paisaje que se revela a mis ojos es más exquisito que el del asfalto. Cuando llegamos al cruce del camino de La Fuensanta, Cazán siguió en dirección sur, pero rectificó raudo pues decidí subir a Juana Díaz y contemplar desde allí las nubes sobre el Mediterráneo.
Llegando al Puerto de Los Carneros bajaba en su furgoneta Paco el carpintero.
.- No sé, no creo que te mojes… bueno algunas gotas caerán.
.- Voy preparado
Al tomar el cruce de Jobetrín hacia Juana Díaz el día se oscureció y comenzaron las primeras gotas. Bajé a ver la parcela de los latones, desde allí se divisa buena parte del Estrecho de Gibraltar, y le eché un vistazo a las bestias de Alonso. Entonces comenzó el aguacero y desmonté para colocarme el impermeable y subiendo de nuevo al camino para coronar Juana Díaz, enfurecidos los dioses, no se sabe el motivo, la oscuridad se hizo, el agua arreció y solo los relámpagos iluminaban el camino que varié hacia el este. Pero aquello era la guerra. Las gotas de agua convertidas en granizo nos golpeaban con fuerza y decidí emprender el camino de vuelta. Las gafas se me empañaron y apenas podía divisar la ruta. La tierra ya no era tierra, sino río. Y el crujir de los truenos en nuestras cabezas, eran bombardeos de fuego cruzado. Justamente en ese lugar se habían encontrado nubes enemigas y nosotros inocentes, parecíamos sus juguetes.
Cazán saltaba y saltaba procurando esquivar los riachuelos formados en los arriates, arroyaderos y angosturas del camino. Letrada confundida echaba hacia atrás sus orejas. Mosqueada. Sin embargo ni un mal gesto, ni un mal aire. Yo no dejaba de hablarle para que me sintiera próximo, o en cualquier caso, aún me lo pregunto, para no transmitirle el miedo que me embargaba.
Fueron veinte minutos angustiosos. Después la lluvia tenue y agradecida, pero el viaje de vuelta ya estaba emprendido.
¿Cual es el misterio? Letrada se asusta del ruido de las motos y sin embargo de aquel infierno de rayos y truenos, no.