La mañana era clara. El cielo azul reinaba sobre todas las cosas y el sol calentaba preciosamente la triste brisa del otoño. Letrada por mis quehaceres y por sus herraduras llevaba veinte días sin salir y aquel domingo era el tiempo.
Su carácter es el reflejo del mío y por consiguiente no puedo, no debo, dejar asomar ni un atisbo de mi ansiedad por verme galopando a campo abierto, de manera que hay que ir haciendo las cosas despacio. Cepillarla, ensillarla y salir al paso, al que marca su ritmo. Pero Letrada tiene un buen paso. Su tranco es largo y rítmico. El mosquero bambolea en su frente y el camino se hace apacible. Al llegar por el Corredor de Acosol hasta el cruce del camino de La Fuensanta hemos de decidir la ruta que debe ser acorde con las facultades físicas de la yegua. La subida del gas con una fuerte pendiente, y en tramos árida, puede ser la idónea si se hace lenta. Y así fue, lenta y tranquila, sorteando los arroyaderos que las aguas de la lluvia esculpen en la ruta y pisando los pedregales con el cuidado que requiere ir con suelas de hierro. Así calentados por el sol otoñal subimos hasta el cruce del camino de Los Granizos y decidimos bajar hasta el Hoyo de Los Molineros a través de una sinuosa ruta que al fin encontramos cortada por las frustrantes alambradas que cortan el campo libre. Hay que volver por nuestros pasos, no queda otra. Cuando de nuevo coronamos el camino decidimos volver por la misma ruta del gas. Entonces veo cómo al galope, subiendo desde la cabreriza se aproxima lo que a mí se me antoja una bestia negra y que cuando hasta nosotros llega me confirma ser un caballo negro. El semental nos corta el paso amenazante, nos arrincona y nos amenaza. En segundos intento averiguar cuáles son sus intenciones, si la de montar a la Letrada dejado llevar por su puro instinto sexual, o la de defender su territorio. Los relinchos son más continuos y agresivos. Reaccionar es difícil con tanta presión. La navajilla, pienso, no es suficiente para defenderme, nunca alcanzaría el cuerpo de la bestia negra, que de grupas intenta agredir a Letrada. Hacemos un movimiento y nos zafamos de la agresión. En el suelo veo un trozo de tubería de pvc pero proceso con rapidez que al desmontar dejaría indefensa a Letrada y no me daría tiempo a agredir a la bestia antes que un mordisco o una coz nos dejara fuera de combate. El semental negro nos arrincona junto a unos bidones que hay a la parte de arriba del camino y vuelve grupas otra vez para agredir a Letrada que responde coceando en su defensa. Sin embargo la fiera falla la estrategia, en su actitud deja el camino expedito y le pico espuelas a Letrada, que atiende rauda y veloz emprendiendo la huida camino arriba en dirección al alto del corta fuegos. Pero el semental nos persigue y temeroso ahíto a Letrada para que eche el resto en la escapada. Después de haber recorrido casi medio kilómetro no oigo tras de mi tropel de cascos y entiendo que el peligro ha de haber pasado, detengo la yegua y miro. Veo al semental parado que al ver que nos detenemos vuelve a emprender galope hacia nosotros. Ya no me quedan dudas. El semental negro, la bestia negra, quería atacarnos, quizás defender su territorio, pero no íbamos a quedarnos quietos para preguntárselo. Volví a picar espuelas y ahora en una gran cabalgada cuesta arriba alcanzamos ya nuestro objetivo hasta que por fin perdimos de vista al agresor.
Al volver a Ojén pregunto y me dicen que las bestias (el semental negro, una yegua torda y un mulo negro) pertenecen al “patillas”. Allí sigue, dominante en el entorno del Cerro del Granizo, amo y dueño de un territorio que ahora se hace difícil de pasear… hasta que el Seprona ponga remedio. Desde ese día, llevo en la montura una gancha. Quizás usada como arma agresora sirva para disuadir las intenciones de la bestia maligna.
Mirando las llamas del fuego, calentando las frías tardes de La Almadraba, bendigo que Dios haya puesto en mi camino esta yegua extraordinaria, sin su sangre hoy no hubiéramos podido contar esta historia.