viernes, 20 de agosto de 2010

VENTURA GANA CIUDAD REAL

Diego Ventura


El rejoneador de La Puebla del Río ha salido en hombros en un festejo en el que los toros de Felipe Bartolomé no han colaborado demasiado. La corrida ha resultado noble aunque falta de fuerzas.

Los momentos más brillantes de Andy Cartagena fueron a lomos de “Bisbal”, con el que se lució poniendo las cortas, tanto en el primero como en el segundo enemigo. En el cuarto de la tarde, Andy marró con los aceros, lo que le privó de cortar algún trofeo. En su primero había cortado una oreja, tras haber templado bien con “Maravilla” en banderillas y matar de rejón en todo lo alto con “Bisbal”.

Llegó el jinete de La Puebla del Río a hacer las delicias del público de Ciudad Real. En su primero, un toro noble pero soso, tomó cercanías con “Califa”, clavando en la cara del burel. En el quinto, Diego Ventura, sacó a su caballo estrella “Morante” en banderillas, y la plaza se convirtió en un clamor al ver como templaba al toro, llevándolo encelado en la blanca cola del caballo. “Morante” llegó incluso a lanzar sus característicos “bocaítos”. Mató de rejón en todo lo alto, lo que le posibilitó cortar las dos orejas que el público de Ciudad Real celebraba.

Leonardo Hernández fue el que pechó con el peor lote, ya que sus toros fueron más que parados, aún así llegó a exprimir alguna embestida y logró pasajes de lucimiento. Su labor fue premiada con sendas ovaciones al matar a sus enemigos.

FOTOGRAFÍAS: ERNESTO NARANJO

martes, 10 de agosto de 2010

CUENTOS A CABALLO: Las vacas del Pirri

Caía la tarde y en la ribera la luz del sol se escondía. Con los últimos rayos las vacas del Pirri buscaban las cañas donde pasar la noche y con sus mugidos se llamaban las unas a las otras para congregarse en el punto más seguro.
Destacaba sobre todas las llamadas las de las vacas paridas. Ambas, buscaban a sus terneros que rezongaban por los alrededores y que huían de Letrada como si hubieran visto al mismísimo mayoral que venía a arrearlas. Lo que a los breves toritos parecía la figura de mi yegua no era otra cosa que su esbeltez y figura alargada por los últimos rayos y prolongada en las sombras de la tarde, pareciendo cual espíritu cenizo capaz de emvolver la inocencia becerril.

Allá, más allá huyeron del camino que se veía sin reparar en la distancia, ni en el peligro, ni en la luz, ni en la noche. Ellos espantados buscaban el norte cuando el sur era su lugar. Arreé a la yegua que al galope corto consiguió darles alcance, cuando al verse cogidos los becerreros treparon a la ladera para perderse más entre los matorrales, hasta que los perdí de vista.


Eran los berridos de las madres más agudos, más continuos y temí que el semental castaño y armado, le diera por hacer caso a las hembras ansiosas de sus hijos. Letrada con buen juicio me miró y entendí que debíamos alejarnos pero sin perder la referencia del lugar donde los becerros habían subido. Ya por el camino andaban las madres al oído de las respuestas de los terneros. Ya las vi venir y otear el lugar del refugio. Letrada miraba el cuadro, movía sus orejas, a las vacas, a los terneros y a mi, esperando una orden que no llegaba porque no debía llegar algo que interrumpiera aquella búsqueda, aquel encuentro.
Finalmente de pasados unos minutos los hijos bajaron a ver a sus madres, que como reconocimiento a la obediencia y seguramente como recompensa se dejaron mamar las ubres cuyo liquido reconfortante relajó la ansiedad de los becerros que sin dejar sus pizpiretas de impetuosos zagales, seguían a las madres hasta el lugar elegido para cobijarse en la noche, la manada.
Letrada orgullosa se arrancó al paso y con su garbo hizome a mi sentir también el orgullo de las cosas de la naturaleza... por cierto, el semental, como buen padre, hizo a las madres el caso justo, que fue echar una mirada al caballo y al jinete y sopesar si las señoras llevaban razón... ¡Pues claro que no la llevaban! ¡El caballero y la montura, nunca se meterían con menores de edad! ¡Somos unos caballeros!