Después de la pérdida de Marqués quedó en mí un vacío enorme que llené con la ilusión de un nuevo caballo. Antonio Portales me ofreció un caballo capón que tenía una poca doma a la alta escuela y que compré por 200.000 pesetas el 1 de noviembre de 1999. La capa del caballo era ratonera que es la formada por pelos de diferentes colores mezclados: blancos, grises, marrones, canelas, chocolates. Estaba calzado de la pata derecha, careto que bebe con los dos labios. Debería tener entre 14 o 15 años.
En realidad este caballo y yo no nos entendimos bien. Arisco en la mano, correcto en la monta, pero el manejo en la parcela de Los Manchones se complicaba y decidí hacerle una corraleta con ballas guarda obras compradas a Tobelem. El caballo tampoco se adaptó a ese espacio y aunque tenía la compañía de Flora, en la brega por querer salir de allí se cortó en los blandos del casco delantero derecho con los filos salientes de la valla.
Dejé que se curara de aquel accidente y cuando se hubo repuesto, aprovechando que la cartilla sanitaria estaba equivocada y que tras dos meses de intentar arreglarla, no se pudo, el primero de enero de el año 2000 se lo devolví a Portales.
Una experiencia más de conocimiento sobre el mundo de los caballos, ese animal que tanto me atrajo y que forma parte de mi espíritu aventurero y vital.
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